No, no, un bodegón, no una bodega grande.... |
Después de trabajar en la lámina anterior sobre perspectivas, parar, pensar y ser un poco conscientes de las
mismas, nos toca hacer bocetos a partir de unas listas de creación propia
de elementos que pueden ir sobre una mesa. Confeccionar la lista fue casi como
jugar al “Scatergories” pero sin hacer caso de la letra por la que empiezan.
Para hacerla, la mente se iba a la mesa de casa e imaginaba qué cosas ha tenido
encima. Claro, en mi caso, la mesa suele estar despejada. Se ocupa para comer,
para estudiar (a veces) y para poner la ropa y doblarla cuando se recoge del
tendedero. La compra de la semana también acaba allí encima, pero su visita es
igualmente fugaz. Entonces la mente se va a otras casas, la de mi abuela, la de
mis padres,…
En fin, lista hecha. Ahora toca realizar bocetos. ¡Organización!,
primero dividir la hoja en cuatro (hasta aquí la cosa parece fácil, ;P). Luego
hay que escoger algunos elementos de las distintas listas y juntarlos (ahí es
cuando piensas: “¡¿y cómo dibujo yo esto?!”. Así que busqué una media entre lo
que me apetecía dibujar y lo que sabía más o menos cómo dibujar, o eso pensaba…
Bocetos |
Por suerte, tocaba luego realizar el “bodegón”
en una lámina para él sólo, con lo que aún podía seguir experimentando. Hice el
supuesto bodegón final: una botella raquítica y en consecuencia tres copas
canijas y un queso minúsculo. Aún con todo eso quedaba un espacio demasiado
evidente que rellené con un minifrutero llenito de un ejército de uvas
liliputienses. Resultado final: Horrendo. Sí, esa era mi sensación. Así que
antes de empezar a dar textura con la tinta china, decidí terminar ahí la
sesión. En mi fuero interno sabía que acabaría cambiándola…
Como dicen en la página ABCpedia:
"Es probable que las primeras manifestaciones de dibujos artísticos salgan torcidas, desproporcionadas o mal trazadas pero esto no debe desalentarnos"
" |
Primer intento cambiado |
Aún así, con ese sentimiento de “qué horrendo es mi bodegón”,
encontré muchas resistencias en mi fuero interno a la hora de retomar la
lámina. Algún día incluso me llegué a concienciar para seguir, abrí el bloc y
con una inclinación de cabeza a derecha y a izquierda intentando encontrar un
ángulo bueno, volvía a cerrar el bloc de dibujo. Llegado este extremo, decidí
que tenía que hacer algo. Pensé en lo que nos dijo la profesora en tutoría
cuando estábamos haciendo la portada con las ceras, tanto en lo referente a la
distribución de los objetos en el espacio como en cuanto a ir a mirar otras
fuentes, no para copiarlas, claro, sino para inspirarte, obtener ideas,… y
conecté con la lámina de las perspectivas (¡por fin mis dos neuronas se
encuentran y se cambian información! ;P): “Claro, por eso la hemos hecho, para
tomar consciencia de que las cosas se ven diferentes si se miran desde puntos
diferentes”, aunque, como nos comentó la profe, la tendencia de nuestro cerebro
sea (en la mayoría de los casos) la de representar el objeto desde el punto que
más información ofrece. La memoria de trabajo procesa y simplifica la información de manera que pueda ser fácilmente almacena y recuperada más adelante en la memoria a largo plazo, como hemos visto en Psicología de la Educación. Por eso ponía los objetos casi en línea, muy
cuadriculados (vaya, después de parar a pensar, creo que es por eso). Decidí
que tenía que cambiar el tamaño de la botella, aunque no se viera entera, para
que el resto pudiera “crecer” también y ocupar el espacio.
Por suerte, pude ver a una amiga que se dedica a
la pintura y le comenté qué quería hacer y cómo estaba mi raquítica lámina. Le
pareció bien lo de ampliar la botella y me dió un par de consejos, como parar a
ver las proporciones que podía tener y tomarlas en consecuencia. La verdad es
que me sirvió mucho, me dio ánimos de continuar. A la noche busqué entonces en
internet “bodegones”. Había algunos muy bonitos, la verdad, y diferentes a lo
que a una se le viene a la cabeza cuando piensa en un bodegón. Observé cómo
jugaban con el espacio, la ubicación de los elementos y su cercanía o lejanía.
Había algunos que tenían un color especialmente agradable, pero teniendo en
cuenta que yo lo iba a “colorear” con tinta china, de poco me servía. Ya me
consideraba capaz de retomarla, así que al día siguiente tenía pensado
continuar.
Casualidades de la vida, al día siguiente habíamos
acordado en casa que tocaba limpieza a fondo de la cocina, de esas de sacarlo
todo, limpiarlo y luego colocarlo, sí, de esas que se hacen sólo los años
bisiestos (bueno, este año no lo es pero….). El objetivo era terminarlo por la
mañana y por la tarde tener un poco de tiempo para estudiar (llámese hacer
lámina). Y claro, toda la cacharrería de cocina pasó por mis manos esa mañana.
Mientras limpiaba la aceitera me dije: “¡ésta tiene que estar!”. Luego vi una
de esas botellas de cristal con el tapón peculiar como las antiguas de casera y
también la fiché. También, de lo más alto de la cocina, había emergido un “frutero”
de madera (en verdad llegó a casa hace años en forma de regalo con jabones
dentro) y también me cautivó. En un principio no quería poner frutas en mi
bodegón, pero ese frutero….
Y llegó la tarde. Ahora sí estaba motivada y
dispuesta. Las barreras de resistencia estaban casi vencidas. Me faltaba
encontrar la manera en que distribuir los elementos… Antes de nada, decidí
cambiar la lámina anterior. Agrandé todo. Por fin estaba entendiendo bien y
permitiendo el concepto de boceto, y estaba siendo consciente de ello. El
resultado me satisfizo, está como para ponerle texturas de tintas, pero yo
tenía una “cita” con la aceitera. Al empezar, de nuevo noto la parte “crítica
en acción”, la libertad del boceto había desaparecido de repente. Pensé: “por
lo menos soy consciente de ello, es el primer paso para solucionarlo”. Y venga
a borrar y a pintar… cuando termino la parte de lápiz, no puedo evitarlo, me
siento agradecida por la ayuda recibida y le hago fotos a las dos láminas para
mandárselas a “mi pintora” (soy consciente que no son de profesionales, pero
por fin siento que puedo continuar, que para mí y mis capacidades, así está
bien).
Llegó la hora de “texturizar”. Saco la artillería
pesada: tinta, pincel, y por supuesto, mi cajita de tesoros, esa que recolecté
como buena urraquilla. Una sonrisa
cómplice me inunda: “volvemos a vernos, equipo de estampación”. Un pensamiento
fugaz pasa por mi cabeza, como una conversación interna:
- “No la líes, ¡eh!, no enguarres la lámina”
- “Sí, sí, tendré cuidadito. ¡Ah!, lo de las líneas con otro papel…, ¡eso!”
Empezando a texturizar |
Fue una toma de consciencia para ir “despacito y
con buena letra”. Tocaba seleccionar las texturas y ponerlas con cuidado. Tomar
consciencia de opacidad, de superficie que ocupa cada una, de dónde centrar
atenciones,… (y luego que salga lo que salga, porque una cosa es pensar y otra
hacer…).
Conforme avanzo, vuelvo a sentir esa emoción. Cómo
no, enseguida le digo a Vicent: “Mira”, y al rato otra vez, y otra vez, y otra,…
¡Pobre!, qué santa paciencia. Me noto sumamente concentrada en la actividad,
inmersa en ella. Soy capaz de salir, pero no me cuesta nada entrar de nuevo. Y
por fin la termino. Se nota cuando uno queda satisfecho con el trabajo
realizado. Una felicidad me inunda. Me levanto, voy dando botes, contenta y
feliz. Tengo ganas de reír y de corretear (puede ser por compensar el tiempo de
quietud, pero seguro que el hecho de sentir que esta vez sí ayuda). Por
supuesto, toca recogerlo todo con sumo cuidado, aún la puedo liar… La mesa ha
resultado “herida”, dos manchas de tinta, pero por suerte tiene remedio. Así
que…. “¡terminada! ¡Yuju!”. Con toda esta explosión de sentimientos, no tenía ganas de ponerme a escribir la reflexión inmediatamente, pero no quería olvidar los detalles relevantes, así que decidí aplicar competencias aprendidas en otras asignaturas, concretamente la de observación y documentación, y decidí realizar una especie de Nota de campo de mis pensamientos, para, al día siguiente, usarlos para recuperar la información y realizar la reflexión.
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